viernes, 22 de abril de 2016

CRÓNICA DEL VIERNES SANTO

"Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Y diciendo esto, expiró."


     El día había amanecido fresco. Las primeras horas de la mañana obligaban a estar abrigados. Durante toda la mañana la temperatura ascendería hasta incluso llegar a convertirse en un día propio de la primavera más tardía.

     A las una, las puertas del Divino Salvador volvían a abrirse tras el Domingo de Ramos, para seguir contando la Pasión y la Muerte de Cristo. Esa muerte que nos atraviesa las entrañas y nos deja Desamparados, como Dios dejó a Cristo en el momento de su muerte y que, a su vez, se cumplió para que no nos volviese a dejar Desamparados.

     El antiguo paso del Cristo de la Coronación de Espinas volvía a acoger entre sus maderas y guardabrisas la talla del Cristo de los Desamparados, que se nos presentaba con un rico exorno floral en tonos morados y malvas. Tras enfilar la calle El Salvador y llegar a la calle Martín López, continuó su discurrir hasta la Prioral de Santa María.




     Tras realizar la Estación de Penitencia, el paso siguió su caminar por las calles de Carmona, sobrecogiendo a todo aquel que se atrevía a alzar la mirada para observar a Cristo. Las saetas se sucedieron durante todo el recorrido, y las campanas no cesaron de tocar mientras la hermandad estuvo en la calle, en un intento de aliviar la pena que recorre Carmona la tarde que se conmemora la muerte de Cristo.


     Sobre las tres y media de la tarde hacía su entrada el Santísimo Cristo de los Desamparados. Carmona se tiñó de duelo. Seguramente, la Virgen de la Esperanza, tras quedarse vacía la iglesia, lloraría con amarga pena la muerte del hijo que dio su vida por nosotros. Así está escrito y así volverá a pasar cada nueva primavera en esta ciudad, cinco veces milenaria, llamada Carmona.

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